domingo, 21 de septiembre de 2025

¿IBIZA YA NO ES LO QUE ERA?

 


Este verano, tras varios de ellos sin aterrizar por allí, he regresado a Ibiza y la frase que más he podido escuchar es “esto ya no es lo que era”. Y aunque en parte tienen razón los que la afirman una y otra vez, también os diré que es algo que lo llevo oyendo de manera repetida desde hace más de 20 años. 

 Es cierto que este año, quizás, la he oído un poco más y siempre se hace desde cierto recelo a que el éxito de la isla esté a punto de terminar, una especie de temor subyace en tal afirmación como la compulsión de quien no quiere, en el fondo, despertar del sueño. Es normal, Ibiza lleva en lo alto desde los años 60 y ningún lugar del mundo ha sido capaz de superar tal hito. Más de medio siglo siendo el destino favorito de las vacaciones veraniegas de cada vez más y más personas en un incremento que no tiene techo alguno. Medio siglo en el que Ibiza, como no podía ser de otra manera, ha cambiado, pero tampoco tanto, o al menos, tampoco tanto como nos cuentan los agoreros y nostálgicos.  

Madrid, Nueva York o París, por decir tres lugares icónicos, han cambiado más que Ibiza, infinitamente más en este medio siglo. Es cierto que la isla ya no es aquel lugar rural y casi virgen de los años 50 y 60. Que ya no es hippie. Que ya no hay afters. Que ya no se baila acid en discotecas al aire libre. Pero Ibiza, junto a su inseparable Formentera atesora las playas de color turquesa más bonitas del mundo, ese olor a pinares entre los que pasear, el buen rollo de sus gentes, los atardeceres y el color rojizo de sus tierras. 

Ibiza ha tenido que cambiar varias veces, como es comprensible, en los últimos 50 años, pero lo ha hecho para seguir siendo Ibiza, el destino preferido de millones de personas. Y seguramente estemos asistiendo a un nuevo cambio, especialmente en lo relativo a la propuesta discotequera. La isla blanca sigue teniendo los mejores clubs del mundo, los mejores deejays del mundo y la mejor programación. Es cierto que se ha abierto al regaetton y que cada vez se baila menos y se graba más, algo que defrauda a puristas de la electrónica y quien no lo son tanto, pero sí del hedonismo, como yo. Pero entiendo que son los nuevos tiempos y que en ellos prima lo visual y el postureo para luego poder replicar la imagen en las redes sociales. La sensación de dejarte llevar por los beats en la pista de baile compartida junto a cientos de personas desprejuiciadas muta a cientos de cámaras que obligan a dar la mejor versión de cada uno estableciendo una autocensura que provoca la dificultad a la hora de liberarse. 

Hay otra cuestión que veo más peliaguda y puede acabar afectando a la esencia noctámbula ibicenca. Los superclubs están llevando a cabo una gestión de los mismos como si de cualquier otro negocio se tratara y el peligro reside en que una discoteca no es como otro cualquier negocio. La discoteca puede parecerse más a un equipo de futbol que a un centro comercial o una fábrica porque su idea inicial es compartida. Se tratan de clubs, de lugares donde el componente emocional es altísimo, lo que conlleva el efecto navaja, un doble filo donde existe, por un lado, un alto grado de fidelidad por parte de sus clubbers y por otro una sensibilidad alta a sentirse traicionado en sus valores. Y la sensación que me ha dado a mi es que esa idiosincrasia de club se está perdiendo a base de imponer mayores criterios mercantiles. 

Entradas a 110 euros, balcones VIP a 8000 euros, combinados a 37 euros o hamburguesas a 35 por un lado mientras por otro se reducen los pasacalles, la animación de gogos en los clubs, los regalos de merchandasing. 

En las entradas se prohíbe el vestuario que consideran inapropiado como camisetas con mensajes políticos o de equipos de fútbol. La seguridad de las salas no permite ningún tipo, por mínimo que sea, de conducta que se entiende inapropiada. La imagen, ante todo. 

Antes, los hosteleros de la isla con bares y restaurantes recibían pases de los superclubs para repartir entre los clientes que sabían iban a dar buen ambiente, un win-win de toda la vida donde ganan pequeños empresarios, clientes y las grandes discotecas. También se han eliminado.  

Y ahí puede estar el error. El de mercantilizar al máximo el espíritu clubbing, exprimir en demasía la pista de baile y acabar con la magia de una isla única. 

domingo, 14 de septiembre de 2025

SE REEDITA UNO DE MIS LIBROS FAVORITOS: "ALASKA Y OTRAS HISTORIAS DE LA MOVIDA"


Hace unos meses se reeditaba uno de esos libros que te cambian de alguna u otra manera la forma de pensar
y, por ende, la manera que tienes de vivir. Y, para mí, una de esas obras ha sido Alaska y otras historias de la Movida. Atraído, desde siempre, por la magnética figura de Alaska y más, si cabe, en pleno renacimiento comercial de Fangoria, en aquel ya lejano 2002 acudí raudo y veloz a comprar el volumen que terminaba de, por entonces, publicar Rafa Cervera. 
 

En aquella primera lectura que no me llevó un tiempo excesivo en completar por el interés mayúsculo que provocó en mí, descubrí una historia mucho más compleja, enriquecedora y maravillosa de la que por sí misma pudiera ser la biografía de Olvido Gara. Estaba ante el relato con mayor minuciosidad y rigor que se había escrito hasta la fecha sobre aquello que se vino a llamar la Movida madrileña y en el que Alaska, la mayor figura del fenómeno, servía como elemento catalizador de un relato que me abrió los ojos por conocer otras cosas de las que no tenía mucha idea como el punk, los fanzines, el underground, la nueva ola, el pop, la pintura y la ciudad de Madrid, entre muchos otros. Había tantos matices y aristas en la historia que el libro tuvo que ser devorado una y otra vez para asimilar tanto dato y sin poder llegar a hacerlo del nunca del todo, el devorarlo quiero decir, terminó el volumen por asentarse en un lugar privilegiado de mi biblioteca donde sea fácil acudir para la consulta o directamente para el entretenimiento. 

Además de esa influencia que tuvo en mí, “Alaska y otras historias de la Movida” sirvió para revisitar esa nueva ola artística que se desarrolló en Madrid desde finales de los 70 y que, depende con quien entables conversación, se considera que pudo llegar a pervivir toda una década. Una historia que quedó en el imaginario colectivo español, sepultada por los años 90 donde lo moderno era, de alguna u otra manera, darle la espalda, incluso por los que la vivieron en primera persona. Una actitud comprensible entre los que se ahogaban con un chicle demasiado estirado y, por supuesto, desvirtuado por el afán de quien exprimió el asunto buscando rédito político y económico. Durante la última década de siglo, Alaska y Canut abrazaron la electrónica, regresaron al underground más soterrado y divertido y bailaron entre Vulcano y Morocco  

La publicación en 2002 de este libro coincidió con el éxito de Fangoria a nivel de público, que aumentaba de manera progresiva e incesante. En mi opinión, ambos hechos, fueron la brecha inicial que provocó una ola de interés en las nuevas generaciones por aquello que se vino a llamar la Movida madrileña y que condujo a todo un revival en el cine, la música, la pintura y la noche capitalina. 

Y al enterarme de la nueva reedición me doy de bruces con el paso del tiempo. Son 23 los años que ha cumplido uno de mis títulos favoritos, aquel que hizo plantearme el escribir sobre fenómenos tan interesantes como la Movida. Aquel que hizo darme cuenta de que no sólo los anglos tienen cosas interesantes que contar. Que Barcelona, Valencia o Madrid pueden ser tan fascinantes como San Francisco, Manchester o Nueva York. Aquel a través del cual conocí a un autor con el que tan identificado me siento con mucho de lo que escribe. Y una sensación de vértigo me recorre el cuerpo al ser consciente de que son prácticamente el mismo número. Me refiero a los años que han pasado desde su primera publicación hasta hoy que los de ese 2002 respecto al inicio de la Movida. Por eso quiero dar las gracias a Cervera, porque me potenció mi afán por leer, por conocer, por estudiar fenómenos contraculturales, darles valor y ayudarme a tener el valor para divulgarlos a través de mis artículos, videos, entrevistas y eventos.  

jueves, 11 de septiembre de 2025

DAVID GUETTA O EL REY DE LA DANCE MUSIC

 


Se mire como se mire, David Guetta es el rey de la dance music o lo que es lo mismo, la música electrónica de baile. Soy plenamente consciente de que un sector de clubbers lo ha criticado hasta la saciedad, acusándole de traidor e impostor. De venderse a unos sonidos excesivamente comerciales e incluso de no ser un buen discjockey. Y son opiniones entendibles, especialmente desde posiciones puristas. Pero estar en la cresta de la ola con casi 60 años después de décadas de éxito continuado es un enorme logro 

Hace unas pocas semanas lo pude ver en su residencia de los lunes en Ushuaïa, discoteca que no se llenó hasta el momento inminentemente anterior a la aparición del francés en el escenario. Me sorprendió la gran cantidad de espacio que se encontraba libre de personas en el icónico club y la ínfima minoría de asistentes que bailaron durante la tarde con los teloneros en las horas previas a la sesión del deejay. 

Eso sí, minutos antes de aparecer en escena Guetta, miles de personas abarrotaban la sala con su móvil en mano para inmortalizar el momento de la entrada de la estrella mientras un avión nos rozaba las cabezas en mitad de la playa d'en bossa. El volumen subió, los efectos visuales se intensificaron y el personal comenzó progresivamente a bailar mientras se olvidaban, a ratos, de su teléfono móvil. La fiesta por fin había llegado. 

Los temas, muchos de producción propia, eran coreados y aplaudidos por los allí presentes que, de no haber estado en cartel, ese día a la discoteca le habría sobrado más de la mitad de su aforo. A eso se le llama estar en la cresta de la ola. David Guetta ha sido, para bien o para mal, uno de los artífices de mezclar los parámetros pop con la música electrónica de baile, de elevar el asunto discotequero al mayor de los mainstraim y utilizar una escenografía como la que podría ser empleada por ídolos del pop y el rock. El deejay parisino fue aquella noche en la que me acerqué a Ushuaïa, Día Nacional de Francia, protagonista y estrella rutilante. Una vez más, el sonido pasó a un segundo plano con respecto a la imagen, algo de lo que, hasta el propio David, no creo que se sienta especialmente orgulloso. 

A las ovaciones de sus temazos clásicos se les unió la de dos hits revisitados que lo están petando. Por un lado “Forever Young” y por otro “Together” con un discurso previo del deejay más popular de la historia y unas imágenes en los pantallones referenciando una carrera incomparable en la que el público, para él, es lo más importante. Y en ese momento, mientras la canción remezclada de Bonny Tayler sonaba a todo trapo, se recordaban las distintas etapas en la carrera profesional de David Guetta con la proyección sucesiva de fotos y videos en el escenario. Y en ese instante volví a sentir, una vez más, la conexión con este artista, aflorando mi admiración por su inagotable capacidad para reinventarse, para reinventar la escena y para seguir haciendo bailar a miles y miles de personas de, hoy en día, distintas generaciones. David Guetta tiene ese don y lo lleva haciendo desde hace cuatro décadas, llenando espacios en Ibiza, Miami, Tomorrowland y allí donde vaya. Por eso es el rey de la dance music, porque nadie ha logrado algo así en toda su historia.